La mayoría de las festividades religiosas tiene un fundamento astronómico. Hoy nos ocuparemos de las Festividades Marianas en particular.
De las diversas fiestas que las Iglesias Católica y Ortodoxa instituyeron para el culto a la Virgen María, tres asumen la mayor importancia: se trata de la Inmaculada Concepción (8 de Diciembre), la Natividad de María (8 de Septiembre) y la Asunción (15 de Agosto). En rigor de términos, sólo estudiaremos las fiestas de la Natividad y la Asunción. La fiesta de la Inmaculada Concepción se festeja (obviamente) nueve meses antes de la natividad y, por lo tanto, no posee ninguna correlación astronómica específica. Pero antes de estudiar sus orígenes astronómicos hagamos un poco de historia:
Los orígenes de la Festividad de la Inmaculada Concepción se remontan en Oriente al siglo VIII, y en Occidente al siglo IX, cuando se introdujo la fiesta de la Concepción de María, primero en Nápoles y luego en Inglaterra. Fue Sixto IV quien la aprobó en Roma por primera vez en 1476. Inocencio XII elevó de categoría la fiesta en 1693 y la extendió a toda la Iglesia.
Por su parte, la Natividad de María comenzó en el siglo V como la fiesta de la “Basilica Sanctae Mariae ubi nata est”, actualmente la Basílica de Santa Ana. El origen efectivo de la fiesta puede haber tenido lugar en Siria o Palestina a principios del siglo sexto, momento en que, terminado el Concilio de Éfeso y bajo la influencia de los evangelios apócrifos, el culto a la Madre de Dios se intensificó notablemente, especialmente en Siria. En el siglo VII, la fiesta se celebraba por los bizantinos y en Roma como la fiesta del nacimiento de la Bienaventurada Virgen María. La fiesta también se celebra por los cristianos sirios el 8 de septiembre y por los cristianos coptos en el 1 Bashans (esto es, el 9 de mayo).
Según el Menologium Basilianum (un santoral compilado por el emperador Basilio II en el siglo IX) la fiesta fue fijada el día 8 de septiembre porque, representando María el papel del comienzo o proemium de la obra de la salvación, era muy oportuno celebrar su nacimiento al principio del año eclesiástico. La festividad fue incluida en el Calendario Tridentino y ha permanecido en esa fecha hasta la actualidad.
La primera referencia oficial a la Asunción se halla en la liturgia oriental; en el siglo IV se celebraba la fiesta de “El Recuerdo de María” que conmemoraba la entrada al cielo de la Virgen María y donde se hacía referencia a su asunción, la cual fue consignada en el apócrifo “Transitus Mariae”, datado hacia el siglo II. Posteriormente, el emperador bizantino Mauricio la estableció oficialmente en el año 582, siendo adoptada más tarde por la Iglesia Católica. Sin embargo, casi doscientos años antes, el Calendarium Romanae Eclessiae indicaba ya el 15 de agosto como día de la Asunción de María a los cielos, siendo mencionada como festividad en la época del concilio de Éfeso en el año 431. Esta fiesta fue llamada en el siglo VI la Dormitio o Dormición de María, donde se conmemoraba la muerte, resurrección y asunción de María, que más tarde (siglo VIII) se cambió por el de la Asunción. El Misal mozárabe español contiene una misa de la Asunción de María del siglo IX, pero ya se celebraba la fiesta al menos desde el siglo VII, como atestiguan San Isidoro y San Ildefonso.
A juzgar por los datos anteriores, vemos que curiosamente, la primera festividad mariana habría sido la Asunción (siglo IV), seguida por la Natividad (siglo V) y finalmente por la Inmaculada Concepción (siglo VIII).
Ahora sí estamos en condiciones para estudiar el trasfondo astronómico de tales festividades. Para ello tenemos que remontarnos a varios milenios antes del nacimiento de la madre de Jesús: durante lo que se dio en llamar la “Era de Géminis” (un período astronómico que abarcó aproximadamente desde el 6500 al 4300 a.C.) el solsticio de verano de esa época tenía lugar precisamente en la constelación de Virgo. No deja de ser interesante la siguiente correlación: el sol pasaba por la constelación de virgo (la virgen) durante el solsticio de verano para luego ingresar nueve meses después (durante el equinoccio de primavera) en la constelación de géminis (los gemelos).
Posteriormente, los babilonios tributaron especial interés a la constelación de virgo, dado que por estar situada en el cenit de la vía láctea, recibía adoración como la Divina Madre de todo, identificada con la diosa Sarrat Same (“Reina de los Cielos”) y la gran Madre y Reina de las espigas Ishtar. Nótese que idéntica advocación se da a la Virgen María en la liturgia católica al denominarla “Regina Coelorum” (Reina de los Cielos). Los babilonios mostraron especial preferencia por representar a su reina de las espigas con una espiga de trigo en la mano, y asimismo se representaba a la virgen del zodiaco con una espiga en la mano. Incluso hoy en día, la estrella más brillante de esta constelación se la sigue llamando Spica (la espiga).
Otro tanto ocurría en otros países: en Egipto, dicha constelación era asimilada a las diosas Isis y Hathor; en la India pasaba lo mismo con Laksmi; en Asia menor con Cibeles; en Cartago con Tanit, etc.
Que el 8 de septiembre haya sido elegido como la fecha del nacimiento de la Virgen María obedece a razones ancestrales: ya antes del descubrimiento de América, los aborígenes mejicanos de la etnia pulqué celebraban el 8 de septiembre el nacimiento de su Reina Celestial. Por su parte, una antigua festividad de los guanches (aborígenes de Canarias) parece aportar varios datos significativos: se trata del Beñesmer, una fiesta que consistía en una peregrinación a los santuarios nativos para rendir culto a la fertilidad, precedida de otras festividades también de carácter sagrado. En las comarcas al sur de la isla de Tenerife, la tradición oral nos revela que justo después del Beñesmer (que se festejaba precisamente cerca del 15 de agosto) la aparición de una estrella bastante visible a la que llamaban “Sumsa” determinaba la costumbre de llevar a las cabras en edad fértil a ciertos lugares para darles de beber agua que contenían ramas de tilo, rito que se llevaba a cabo para predisponer a las cabras a ser preñadas. Esta tradición se seguía realizando hasta los años 60 del siglo XX en el sur de la isla cada 8 de septiembre.
Otro dato que no se puede pasar de largo es el que en el Beñesmer, los antiguos guanches veneraban a Chaxiraxi, (“La que sostiene el cielo”) nombre de una diosa madre. Tras la cristianización de Canarias, la fiesta del 15 de agosto en honor de la diosa Chaxiraxi se transfirió a la advocación de la Virgen de la Candelaria.
Por otra parte, dos mil años antes de Cristo, el 8 de septiembre del calendario juliano era el día en el que la citada spica virginis (o alfa virginis, la estrella principal de la constelación de virgo) se “desprendía” de los rayos del sol después de no ser vista durante más de un mes, por lo que aquel día tenía lugar su “nacimiento”. Es muy probable que la estrella llamada “Sumsa” reverenciada por los guanches cada 8 de septiembre haya sido la misma spica virginis.
Tal fenómeno se denomina en astronomía “orto helíaco” y trataremos de explicarlo a continuación:
Un orto helíaco se produce cuando una estrella sale por el este después de su período de invisibilidad, justo antes del amanecer. Es visible brevemente en el horizonte y luego se desvanece al resplandecer el cielo con la luz del sol que la acompaña. Dependiendo de la magnitud visual de la estrella, el orto helíaco se producirá en los crepúsculos matutinos aproximadamente una hora antes del amanecer. Cada estrella tiene un solo día del año en que aparece en el cielo justo antes del Sol. A partir de entonces, la distancia angular estrella-Sol se incrementa: si tomamos la hora en la que aparece en el horizonte una estrella concreta, al día siguiente la estrella aparece cuatro minutos más temprano. Para una misma hora, en cada noche sucesiva una estrella particular estará más alta en el cielo, y será visible durante períodos más prolongados de tiempo, hasta que finalmente brille en plena noche.
Los ortos helíacos no eran meros fenómenos astronómicos sin relación con la vida humana: sumerios, babilonios y griegos los utilizaron para la sincronización de las actividades agrícolas y los antiguos egipcios basaron su calendario en el orto helíaco de Sirio.
Este último es un dato interesante que debe ser tenido en cuenta: así como los egipcios basaban su calendario en el orto helíaco de Sirio (el cual indicaba el comienzo de año), hemos visto que el Menologium Basilianum proponía como comienzo del año eclesiástico el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen y antiguo día del orto helíaco de spica virginis…
Contrariamente a lo anterior, el ocaso helíaco de una estrella ocurre cuando ésta deja de ser visible tras la puesta del sol, por cuanto queda “tapada” por los rayos solares.
Pues bien, ocurre que, por el 15 de agosto de 400 d.C. (esto es, la fecha en la cual se festejó por primera vez el 15 de agosto como fecha de la Asunción), se producía el ocaso helíaco de spica virginis…Este fenómeno bien pudo haber influido en la elección del 15 de agosto como fecha de la Asunción: en el ocaso helíaco, la estrella “desaparece” de la vista humana, “muriendo” por así decirlo. Este fenómeno ocurría hasta que unos veinte días después (precisamente, el ocho de septiembre) la estrella en cuestión “nacía” de vuelta y volvía a verse ascendiendo en el horizonte antes que el sol.
Vemos entonces cómo la Iglesia Católica adoptó algunas festividades paganas dedicadas a las Diosas Madres (las cuales estaban basadas en fenómenos estelares de la constelación de virgo) y las aplicó al culto de la Virgen María.
Alberto Pietrafesa
Buenos dias
Impecable relato Sr. Petrafiesa.
Gracias por ilustrarme en esto de los fundamentos marianos.
Fraternal saludo
Myrna
Gracias a tí por leer con tanta atención mi trabajo. Saludos fraternos.
Alberto.